MORDIDA DE SERPIENTEEl oro blancoel albo capullo del algodónfue el primer filón de riqueza de DeliciasQué blancos se veían los camposplatican quienes así los ven en sus recuerdosLos recuerdan nevados de algodonalesComo los vemos en las fotos a blanco y negroy en los documentales silentes y después parlantes que los inmortalizaronen los siglosQué largos eran los surcos blancosEran muy largoslos costales de lona gruesao de raspa crudaque atados con un ixtle en la cinturanse metían entre las piernasy los iban arrastrandollenándolos capullo a capulloCada uno arrancado de un hábilde un rapidísimo manotazosemejante a la mordida de una serpienteEn la orilla del surcoestaba el dueñodel oro pesando su tesoro Lo pesaba en una balanza portátilpagando kilo a kilo el oro pizcadobajo el solón infameinclinados los pizcadoreslas pizcadorascasi al ras del surcocon breves descansospara divisar la lejana orillapara secarse el sudor de la cara ardientepara voltear a ver el sol ardientepara tantearcon una manohaciendo sombrasobre los ojospara tantear cuánto faltaba para la horadel lonche de fiijoles y papas fritascon chile coloradoremojado con un tragode café con lecheempinadando la botella de vidriotapada con un tapón de oloteY se ibanlos pizcadoreslas pizcadorasalegres se iban silbandocantando alegresse subían a las trocas de redilasque iban por ellospor ellasy se perdíanse perdíanen la bruma delpolvoque pintabade blanco el camino de tierrapor el que se perdíanhasta otro día