Tuesday, December 24, 2024
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MORDIDA DE SERPIENTEEl oro blancoel albo capullo del algodónfue el primer filón de riqueza de DeliciasQué blancos se veían los camposplatican quienes así los ven en sus recuerdosLos recuerdan nevados de algodonalesComo los vemos en las fotos a blanco y negroy en los documentales silentes y después parlantes que los inmortalizaronen los siglosQué largos eran los surcos blancosEran muy largoslos costales de lona gruesao de raspa crudaque atados con un ixtle en la cinturanse metían entre las piernasy los iban arrastrandollenándolos capullo a capulloCada uno arrancado de un hábilde un rapidísimo manotazosemejante a la mordida de una serpienteEn la orilla del surcoestaba el dueñodel oro pesando su tesoro Lo pesaba en una balanza portátilpagando kilo a kilo el oro pizcadobajo el solón infameinclinados los pizcadoreslas pizcadorascasi al ras del surcocon breves descansospara divisar la lejana orillapara secarse el sudor de la cara ardientepara voltear a ver el sol ardientepara tantearcon una manohaciendo sombrasobre los ojospara tantear cuánto faltaba para la horadel lonche de fiijoles y papas fritascon chile coloradoremojado con un tragode café con lecheempinadando la botella de vidriotapada con un tapón de oloteY se ibanlos pizcadoreslas pizcadorasalegres se iban silbandocantando alegresse subían a las trocas de redilasque iban por ellospor ellasy se perdíanse perdíanen la bruma delpolvoque pintabade blanco el camino de tierrapor el que se perdíanhasta otro día

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NUNCA SOMOS TAN POBRES COMO PARA NO TENER ALGO QUE COMPARTIR, EL PIANORecordemos algunos de los muchos personajes célebres, especiales,como se les dice ahora, que en su tiempo fueron considerados raros, por decir lo menos.Pues sí, fueron así, raros, singulares, pero a los que yo conocí siempre los ví tan felices, mucho más contentos y sonrientes que a muchos de los considerados normales.Algo, algún secreto había en ellos que les permitía vivir en su mundo particular plenos, alegres, despreocupados, ajenos al estrés y los apuros cotidianos.A excepción de algunos algunos de ellos, que eran cautivos de los vicios, la miseria y la desesperanza.El Piano, del que nunca conocí su nombre, fue un gigante desarrapado, un paseante perpetuo por el centro del pueblo.Lo ví muchas veces ayudando a quien veía desvalido. Él, que vestía harapos.Carranza, así le decían, vendía huevos cocidos en las cantinas y entre huevo y huevo se echaba un trago.Al final salía ahogado en alcohol, perdido el control, aventando pedradas a policías omaginarios, pues en sus delirios se declaraba enemigo jurado de la ley y el orden.Tacho Villa Ramírez, el Gallo, con su sombrero viejo, su cajita de chicles, su bastón, su crucifijo repartiendo bendiciones, haciendo guardia fuera de la Alcaldía, siempre ofreciendo amistad, salvo cuando lo hacían enojar y utilizaba su bastón para tirar bastonazos.Alfonso Pinedo Pérez, el Cacahuate,cantaba en las cantinas, hacía mandados, a todo se acomedía,vendía cassetes,organizaba rifas, buscaba el chivo como podía.Se fue con una ilusión incumplida: ser representante artístico para cuando viniera su amigo Beto Díaz, entrar gratis a los bailes.Vidas consumidas por la vida, seres humanos que un día murieron y fueron olvidados, sólo evocados al sabor de una plática, al débil y vago recuerdo de su paso infeliz o feliz por nuestras calles y nuestros rincones más oscuros. 
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