Con 30 puntos explicativos que incluyen textos, fotos, videos y testimoniales de amigos, conocidos, compañeros de películas, un nieto, sobrinos nietos y otros familiares, numerosos portales digitales del país tratan de evidenciar que Antonio Pedro Huitrón Borjón, quien está sepultado en la tumba 93, área 13, patio 27, del Panteón Municipal de Delicias, es Pedro Infante, el mayor
ídolo artístico de México.
Fue a partir de 1983, cuando el Pedro de la historia oficial tendría 66 años de edad, que se empezó a tejer la leyenda hoy tan conocida, al presentarse Antonio Pedro en varios escenarios musicales de Aguascalientes, Tamaulipas, Estado de México y en el Teatro Jorge Negrete de la CDMX, a donde acudieron a verlo algunos de los actores, cantantes y empresarios de la farándula con los que convivió el Pedro de Amorcito Corazón, Tizoc y tantas canciones y películas incluyendo, Irma Dorantes, una de las viudas del ícono musical y fílmico que marcó una época en el concierto artístico y social del México de los años 40s y 50s del siglo pasado.
La mayoría de los portales dan por cierto que el Pedro de Guamúchil es el Pedro que duerme en Delicias, y las supuestas evidencias que presentan son impresionantes.
Estatura un tanto menor a la del Pedro de Nosotros los Pobres, aunque eso podría deberse al natural decrecimiento a causa de la edad, rasgos faciales similares, las dos cicatrices que tenía en la cara, recuerdos de dos accidentes de aviación previos al tercero mortal al salir de Mérida, tono de voz, gestos, sonrisa, pero sobre todo el tono de voz.
Ante el revuelo que causó la súbita aparición pública de Antonio Pedro cantando, hablando y gesticulando tan parecido al carpintero de Mazatlán criado en Guamúchil, los medios de la época, sobre todo TV Azteca, dieron por hecho que la supuesta víctima carbonizada en el avionazo del 13 de abril de 1957, era el que ahora veían en los escenarios.
Y surgió una industria en torno al fenómeno: entrevistas, cassettes, cientos de fotos tanto de él como del otro Pedro, comparándolos, presentaciones en vivo, versiones diversas acerca del supuesto milagro, alimentadas por el suspenso que el aparecido añadía al afirmar que no se acordaba de nada, que de pronto se había encontrado viviendo en unas montañas del norte del país y luego en una ciudad llamada Delicias, en el estado de Chihuahua.
La situación provocó el surgimiento de dos bandos, los que decían que sí era el de Escuela de Vagabundos y los que se burlaban afirmando que era un impostor.
La versión de sus defensores aseguraba que el avionazo sí había sucedido, pero que el laureado artista y a la vez piloto de la nave siniestrada, se las había arreglado para, de último momento, igual que en sus películas, escapar de la muerte, permaneciendo escondido 26 años, temeroso de ser encontrado y asesinado de verdad, pues el presidente Miguel Alemán Velazco le cobraba celos porque su esposa, la ex actriz Christian Martell, se volaba con él, y si se enteraba que sobrevivido a la trampa que le había tendido en Mérida, podía volver a atentar contra su vida.
Agregaban que amigos de él, como Cantinflas, Silvia Pinal y otros, lo habían ayudado a esconderse.
Al paso de tantos años, los bandos continúan en su postura.
Lo cierto, lo tangible y comprobable, es que Antonio Pedro sí vivió en Delicias, habitando en tres casas de 1983 a 2013, cuando falleció. Alternaba su estancia aquí con temporadas en Aguascalientes, Tamaulipas, Estado de México y CDMX.
Aquí vivió en FONHAPO, en Calle 4ª Poniente número 20, en el Sector Sur y en la Colonia del Empleado, en Calle 12 Poniente número 9.
Estuvo entre nosotros tanto antes de ser famoso como después, incluso en 1992 se presentó en el Teatro de la Ciudad ante un lleno absoluto. El empresario, de nombre bíblico, Saqueo Villlegas, voló con la jugosa taquilla.
Anterior a su celebridad rancheaba en las cercanías arreglando máquinas de coser, no importa que no estuvieran descompuestas:
con una labia increíble convencía a las señoras que había que arreglarlas y así chiveaba, tanto él como su ayudante Reyes Espinoza, quien en las noches lo acompañaba con su requinto al cantar asombrosamente parecido a Pedro.
Reyes, que ahí sigue, requinteando en antros y festejos, es del bando que asegura que su camarada experto en máquinas de coser era aquel Pedro.
En cambio, don Gabriel Vázquez Porras, que lleva años arreglando sombreros en su sombrerería La
Frontera, se ríe del asunto.— No, oiga, qué Pedro ni que Pedro. Lo que este amigo era un imitador, un gran imitador con ciertos aires del auténtico ídolo de México, de cuya vida soy experto. Aquí vino varias veces a reparar las tejanas que usaba ladeadas, al estilo del inolvidable sinaloense. Era chaparrón, más chapo y mucho más viejo que el original al que imitaba tan bien. Llegaba en un Chevy rojo manejado por Gloria Anchondo, una señora güera con tiple sureño, de unos 50 años, con la que vivía, y que también oficiaba como su representante artístico.—Efectivamente, tenía dos cicatrices, una en la barbilla, otra en el lado la sien derecha, pero ésta era chiquita, una rayita, no como la que tenía Pedrito, que era más grande y que cubría una placa de platino que le pusieron luego de su segundo accidente aéreo.—Otra desmentida para quienes dicen que era Pedro: a éste, en el medio artístico, le apodaban el Pelón, porque estaba casi calvo. Nomás vea sus últimas fotos. En cambio, mi cliente hasta un copetito tenía. Respecto a la dentadura, la de Antonio era parejita, muy blanca y brillosa, claramente postiza, mientras que la de Pedro era disparejona, más chiquita. Vea las fotos de uno y otro.— Un dato más. Antonio tenía un hermano que vivía aquí. Se llamaba Pablo Hurtado Borjón. Decía que su familia había venido de Durango. Se la pasaba jugando billar en la cantina Carta Blanca. Vivía de la pensión que le llegaba de Estados Unidos, donde trabajó muchos años.— El maquillaje, las cirugías hacen milagros, mi amigo, y con el parecido que guardaban, al verlos en fotografías y videos, al comparar sus voces, es natural que haya quienes creen que el que está en el Panteón Municipal es el Pedro que vino a Delicias a cantar a la Plaza de Toros Silverio Pérez y que anunciaba en un póster el Brandy Dorado.
De con don Gaby me fui al Panteón Municipal. Era la media mañana del 26 de diciembre de 2023 y corría un viento frío.
Entré al cementerio por la entrada principal y a pocos pasos, a la izquierda está su pequeña oficina,
donde dos jóvenes gordos con trazas de andar aún crudos por la fiesta navideña y muy bien tamaleados, me dieron la ubicación de la tumba de Antonio Pedro: área 13, patio 27, fosa 93 del área para adultos.
Cientos de tumbas, una pareja deposita un ramo de flores sobre una lápida adornada con un angelito regordete, un pájaro negro pasa volando bajo, busco un rato y veo un cercado metálico color café y en la cabecera una lápida blanca con estos escuetos datos escritos con letras color dorado: Sr. Antonio Hurtado Borjón.10-07-1930 22-06-2013.
El piso es de tierra, dos ramos de flores y un clavel de tallo largo, también seco, son sus tristes adornos.
Al lado izquierdo, en el mismo lote, la tumba de Juan Pablo Hurtado Borjón, quien infiero fue su hermano, el Juan Pablo a que se refería don Gaby. La identificación de la lápida indica que nació el 28 de mayo de 1927, por lo tanto era tres años mayor que Antonio, y falleció el 6 de agosto de 2011, dos años antes que su hermano.
A un lado de Juan Pablo, el sepulcro de María del Refugio Borjón viuda de Hurtado, nacida el 4 de julio de 1901, fallecida el 4 de febrero de 1986. En la parte inferior de la lápida, un letrero que dice: Recuerdo de sus hijos y nietos. Fue la madre de Juan Pablo y Antonio, según comprobé después.
Al salir del Panteón me vino a la mente un razonamiento que obra en contra de los que aseguran que Antonio fue Pedro: su lápida dice Antonio, no Antonio Pedro, ergo el Pedro lo adoptó para darle credibilidad a su versión.
Hasta aquí el marcador va dos a cero en contra del Pedro que vivió en Delicias, don Gaby y lo escrito en la lápida.
Al día siguiente, un día gélido, les platiqué a Chardo Valles y Chacho Ochoa lo que andaba haciendo, y Chardo me dijo que conocía una casa a la que iba Antonio Pedro. Me dibujó un plano pero no le entendí y al salir del restaurant donde estábamos seguí su camioneta con Chacho detrás, picado por el olor a chisme.
Tal casa queda en Avenida Agricultura Sur 701, en el barrio del viejo Campamento. Es de las muy pocas fincas de aquel entonces, de arquitectura californiana.
Ante la verja de alambre me recibe un concierto de ladridos de dos perros enanos forrados con sweters de humanos.
Sale la dueña de delantal, enjuagándose las manos pues estaba haciendo comida.
Resulta una agradable sorpresa. Es mi amiga Verónica Álvarez Espinoza, mi compañera de tantas aventuras políticas.
Una vez en la tibieza de su cocina me reitera la bienvenida y se alegra del motivo de mi visita.— Me acuerdo como si fuera ayer.
Mi hermana Lupita conoció a Antonio Pedro y lo invitó a comer, pidiendo el permiso de mi papá, contándole que lo veía muy necesitado.
Llegó como a la una de la tarde en un carrito rojo acompañado de la señora con la que vivía en la Calle 2ª y Avenida 9a Sur, cerca de la panadería La Sorpresa, de la familia Cereceres, a donde iba en las tardes a comprar el pan. Traía una guitarra muy bonita que nos dijo que se la habían regalado en Sinaloa. Vestía
muy modesto, tipo norteño, con una tejana gris.— Nada más al verlo me impresionó su parecido con Pedro Infante.
Igualitos. Ya ante la mesa, con mi papá en la cabecera, nos presentó a la señora, quien dijo que se llamaba Gloria Anchondo y que había conocido a Antonio Pedro en ciudad Juárez, en un cabaret donde él cantaba y ella bailaba. Era delgada, en sus 50s, con el pelo pintado de güero.
Cuando le presentamos a mi papá se le quedó viendo muy atento, como recordando algo. Al decirle que se llamaba Raúl Álvarez Mujica y que había sido locutor en la ciudad de México, para tremenda sorpresa de todos, sonriendo le dijo que se acordaba muy bien de él, que lo había entrevistado en la XEW, que vivía en la Calle de la Moneda número 6 , que lo veía cuando iba a comprar billetes de lotería al estanquillo que estaba cerca y que era del papá de Capulina, que en el ambiente de la radio lo conocía como Mujica por ser sobrino del padre Mujica, y que el día de la entrevista lo acompañaba una niña a la que le decían Chachita por su parecido con la Chachita de sus películas.
Todo esto lo dijo con mi papá mudo. Asombrado. Nosotras igual, viéndolos como se identificaban y compartían recuerdos.
Mi hermana Lupita le pidió que nos cantara una canción y alegremente, creando un ambiente de bromas y alegría, pulsando su guitarra cantó María Elena, luego Toda una vida, el Piojo y la Pulga, Collar de Perlas, Rosas Negras y otras. Con la voz de Pedro.
Entre canción y canción y broma y broma, nos platicó que lo último que recuerda del accidente de Mérida es que salió disparado y despertó en una casa de una familia campesina, que ahí le pusieron el nombre de Antonio, pues él no recordaba cómo se llamaba.
Que con el paso del tiempo fue recobrando parte de la memoria, que recuerda el día en que fue a ver su casa de la ciudad de México, que salió desconsolado al verla tan abandonada.
Se fueron como a las 11 de la noche.
Mi papá, que al pedirle permiso para invitarlo a comer no había tomado en serio la especie de que fuera Pedro Infante, al despedirlo a la puerta de la casa, nos comentó aún conmocionado: ” Lo que me faltaba por ver. Cómo puede saber tanto este amigo, ni modo que lo haya adivinado. Contó todo tal y como sucedió hace tanto tiempo. Lo de la entrevista, lo de Chachita, mi dirección, el
estanquillo. Verdaderamente nos ha visitado Pedro Infante”.
¿Y Chachita?– le preguntamos.— Era mi hija, su hermana, a quien me llevaba al trabajo.—No, no tomamos fotos. Mi papá nos lo prohibió. No, no volvimos a verlo. A los años supimos de su muerte.
Con el resultado de esta inesperada entrevista, los momios se ponen dos a uno favor los del sí.
Una semana después, en un jueves airiento si los ha habido en Delicias, fui al Registro Civil en busca de datos oficiales acerca del motivo de mi interés.
Me recibe la Oficial Adelita Elizalde, muy ocupada organizando el próximo matrimonio colectivo, con una pareja ansiosa que espera en el pasillo para que certifique su unión.
Muy atareada, pero en cuanto le comenté el asunto, fue tanto su interés y amabilidad, que dejó para más al rato los colectivos y el que se quemaba en el pasillo.
Frente a su pantalla, se afanó en atenderme y en menos de media hora me había conseguido las actas de matrimonio y defunción de Antonio Pedro y la de defunción de María del Refugio, en las que encontré varios datos diferentes a los de las tumbas, además de otros que no han sido publicados acerca del Pedro Infante de Delicias.
En la de matrimonio de Antonio Pedro, que aparece como José Antonio, se establece que el 8 de octubre de 2952, a la edad de 22 años, se casó en Delicias con Santos Ávila Martínez, de 16 años. Esto nos aclara que a esa fecha ya vivía aquí, cinco años antes del accidente de Mérida. A diferencia de la lápida, donde se le identifica sólo como Antonio, en el documento está asentado como José Antonio. Así se desmiente lo dicho por el difunto en casa de los Álvarez, en el sentido de que la familia con la que habría vivido luego del avionazo de Mérida le había puesto el nombre de Antonio.
Otra contradicción: en la base de la lápida se lee que nació en 1930 y en el acta que en 1929.
En la de defunción, que su lugar de nacimiento fue el Establo de Los Ángeles, Lerdo, Durango, que al momento de su defunción vivía en Avenida Río Conchos Poniente número 500, lo que aumenta a cinco las casas donde radicó en Delicias. Las causas del deceso, “choque cardiogénico, hipertensión
arterial, infarto agudo al miocardio”.
No se mencionan descendientes. En la de defunción de María del Refugio Borjón Granados, sin fecha ni lugar de nacimiento, se lee que al morir, el 4 de marzo de 1986, era viuda de Juan, sin apellidos.
En el rigoroso tránsito de este, seguía la idea de ir a platicar con Memo Rodríguez Parada, el peluquero que le cortaba el cabello a Antonio Pedro.
Fui a buscarlo a su peluquería, la Londres, una de las más tradicionales de la ciudad.
No estaba, pero hablé con su hermano Ramón, que además de fígaro es gran guitarrista, teatrista, cantante y notable erudito en cuestiones musicales.
Estaba peluqueando a un señor, pero al mencionarle mi objetivo agarró la plática, con su cliente también parando oreja.—Mientras llega Memo, le voy a platicar de Pedro Infante, pues yo lo traté mucho y he seguido la polémica que se armó con su aparición en Delicias.
—No es que lo crea. Era Pedro. Mire, usted sabe que yo conozco bastante de música y canto y lo que le oí cantar a Antonio Pedro sólo lo podía hacer el real Pedro. Le doy un ejemplo: Amorcito Corazón Pedro la cantaba en Re y Antonio Pedro en Do, o sea en un tono menos, lo que es comprensible a causa de los años que pasaron desde que la grabó, allá en los años 40s, hasta que reapareció aquí en 1983.Otro dato: Antonio Pedro, como usted le dice a Pedro, se sabía todas las
canciones que Pedro cantaba, tanto las que grabó como las que no. Yo se las oí cantar todas y, con mi oído entrenado, luego me ponía a escucharlas en la radio, en los cassetes, en las películas, y no les notaba ninguna diferencia. Era la misma voz, la misma técnica, la técnica conocida como ” del bostezo”, la que también utilizaban Jorge Negrete y Javier Solís, que consiste en cantar con los músculos relajados, tanto los de la cara como del cuello. Como lo hacían ellos. Como lo hacía Pedro el que murió en Delicias que, le digo, era el único Pedro que ha existido. Además, explíqueme usted cómo es que se sabía las canciones que no grabó.
Lástima que ya hayan muerto Lico, Poncho y Luis, los dueños de la Peluquería Delicias, donde Pedro iba todas las tardes a cantar, con ellos acompañándole con sus guitarras. Ellos veían muy natural que fuera Pedro Infante su constante visitante.
Salí de la Londres con la pizarra tres a dos favor los del sí por dos de los del no, más la opinión post mortem de los hermanos Lico, Poncho y Luis. Seis a uno.
En la tarde de ese día le hablé a Memo, aclarándome que era su hermano Ramón quien le cortaba el cabello a Antonio Pedro.—Mi hija Rosa Isela atendía a la señora que vivía con él cuando venía a la peluquería. Ella le manejaba su carrera, lo cuidaba, le mandaba traer comida desde Chihuahua, se daban buena vida. Me imagino que a veces pasaban apuros, como nos sucede a todos, a los artistas desde luego. Su casa está en la Colonia del Empleado, en calle número .Yo también iba a platicar, a comer con ellos, a oírlo cantar. Era muy risueño y bromista. Le gustaba salirse a sentar en unas sillas que todavía están ahí. Yo me ponía a verlo, a verlo largamente, y viéndolo caminar, ponerse la tejana, hablar, reírse, cantar, me decía: ni duda cabe, este señor es Pedro Infante. Ramón y yo procurábamos ver muchas películas de Pedro para compararlos. Llegábamos a lo mismo: eran la misma persona. Varias veces le pregunté que si en verdad lo era, y siempre me contestaba sonriendo y dándome una palmadita: “Soy Antonio Pedro, soy su amigo Antonio Pedro”.
Nunca me dijo otra cosa y nunca me dejó que le tomara fotos. Yo respeté su voluntad. Cuando murió, la señora le rentó a la casa a un ingeniero, que aún vive ahí. Ella se fue para la ciudad de México. Vaya a ver a Luis, haber de qué se acuerda.— Pero me dijo Ramón que ya se murió.—No, vive por toda la séptima Poniente, cerca de la gasolinera de la 16. Tiene una tienda. Procúrelo.
Lo procuré aunque sin suerte. Una hija suya me dijo que estaba malito, que ya no veía que a lo mejor ya no se acordaba. Así que lo dejé en paz.
Días después recordé que Aracely Villalobos, Coordinadora de Comunicación del Municipio de Meoqui, hacía tiempo me había platicado que en 1988, cuando trabajaba en El Diario de Delicias, había entrevistado a Antonio Pedro.
Le hablé y con memoria enciclopédica revivió el encuentro. Dijo que la entrevista fue en la oficina del periódico, que el parecido con el actor y cantante mazatleco era notorio, sobre todo cuando vestía traje charro y que sus voces eran muy parecidas.
Pero en vestimenta informal, como acudió a la entrevista, la semejanza disminuía.— Al terminar le dije: Ahora sí, fuera de libreta, aquí entre dos dígame: ¿Es o no es?
Bajó la cara, vio el suelo, luego me miró largamente y me dijo quedito: ” Soy quien usted guste que sea. Y con eso me quedé”. Entonces, Aracely incluida, el balance hasta aquí son seis sí, dos no, una quién sabe.
El sábado 20 de enero de 2023,un día extrañamente cálido en relación a la temporada, fui a la Colonia del Empleado, siguiendo la sugerencia de Memo Rodríguez.
En Calle 12 Poniente número 9 vi la casa verde en la que había vivido Antonio Pedro.
Estaba sola, con la reja abierta, con manchas de aceite en el piso de la cochera.
Toqué pero no me abrieron. Ya me iba cuando vi a un señor afuera de la tortillería de enfrente. Cruzo la calle y le pido razón acerca de los habitantes de la casa de mi interés.— ¿La de Pedro Infante?— Sí.— Ahí vive un señor que es maestro de obra. Si no está al rato regresa.— ¿Usted lo conoce?— Sólo de vista. No me arrimo ahí desde que murió don Antonio?— Antonio Pedro?
—Sí, pero aquí en el barrio, sobre todo los jóvenes, le dicen la casa de Pedro Infante. Para ellos quien vivió ahí durante 18 años fue él.— ¿Y para usted?— Tengo mis dudas, igual que mi señora.— ¿Cómo se llama usted? — José Socorro Arzola Trinidad, y mi esposa, que nos debe estar viendo por la ventana, de llama Norma Barraza.— Usted lo trató? — Claro, siendo tan vecinos. A los dos, a él y a su mujer, una güerita guapa con tunecito del sur. Muy seguido iba a jugar baraja con él. Era muy entretenido, cantaba muy bien y mientras yo me tomaba una caguama, él se echaba sus tequilas. Lo empecé a frecuentar desde que llegaron. Un día cruzó la calle, se presentó muy gentilmente y me preguntó que por qué ladraban tanto mis perros, que si tendrían hambre. Con mucho tacto, hasta tímido, se quejó de que, como tenía el sueño muy liviano, no lo dejaban dormir bien y que como se desvelaba seguido, pues era cantante, amanecía muy desvelado.
Que por si acaso tenían hambre, me dejaba una bolsa de croquetas. En eso le llamó su señora y se despidió tocándose el ala de su tejana con la mano izquierda. Al decirme lo del sueño liviano, me vino a la mente que alguna vez leí que Pedro era igual. Eso fue como en 1988, pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer, pues en lo que él hablaba yo no le quitaba la vista, preguntándome: ¿Pero será posible, será posible lo que estoy viendo? Es que era idéntico a Pedro Infante. Con ropa estilo norteño, con su tejana gris, con su voz y su ademanes, parecía su espíritu aparecido.— Cuando echábamos baraja era frecuente que su señora se acercara varias veces con el teléfono en la mano a comunicarlo con alguien que quería que le cantara una canción, generalmente mujeres, lo que hacía con gusto. Le pedían permiso para grabarlo y él aceptaba de buen grado. Al oírlo, yo oía a
Pedro. Igualitos, nada más que ya viejito, aunque entero, animoso y muy alegre. Haga usted de cuenta el de las películas. A veces ella le hacía segunda con chifliditos. Casi todos los días, pues seguido se ausentaban al irse a los palenques donde cantaba, se subían a su carro y lo dejaba sentado en la banca que estaba fuera de la escuela 305, por la Calle 4a,donde se paran los camiones que van a Rosales. De tardeada iba por él, se metían a su casa y ya no salían hasta otro día.— ¿Para usted era Pedro? — Mire, bien a bien, no se lo aseguro. Frente a un caso así, las dudas son naturales. —Sentí mucho su fallecimiento. Su señora nos dijo un día que se iba a ir a vivir al Distrito Federal y que quería hacer una venta de garaje, por si nos interesábamos en algo. Mi esposa fue, pero no compró nada. Yo le dije que lo que yo quería era el carrito Chevy guinda 2003 en el que se movían. No me resolvió hasta después, cuando lo llevó a afinar y lavar. Entonces vino con la factura ya firmada y me la entregó. Estaba a nombre de Gloria Anchondo. Le dije que me agarraba ahorcado, que cuánto costaba.— Muchos lo quieren comprar para guardarlo de recuerdo. A usted, que sé que es buena paga y que tanto nos ha frecuentado, se lo dejo en 33 mil pesos.
Bueno, deme 28 y aquí está mi cuenta de Bancomer para que me deposite cuando tenga.— Le deposité como un mes después y luego le hablé al número que nos dejó.
Al darle las gracias, me dijo algo que me halagó mucho: “Yo sabía a quién se lo fiaba”.— ¿Y qué se hizo el Chevy? — Nada. Ahí está.
¿Dónde? — Hay enfrente.
Incrédulo ante el golpe de suerte, caminamos a verlo y a tomarle fotos.
Entendí que era el carrito rojo al que se habían referido don Gaby Vázquez y Verónica Álvarez.
Habituado al fracaso al preguntar si lo había fotografiado, no me extrañó al contestarme que no, ha expresa petición del finado.
Quedé de regresar a ver la factura y a que me diera el número de Gloria.
Una de las muchas leyendas rosas que perfuman el aire de una tarde romántica en Delicias, es la vez que Pedro Infante le dio un beso a Berthita Valles Mata.
En la saga de nuestra historia, fui a verla a la casa de descanso donde vive plácida y feliz, lúcida y sonriente.
Me abren y entro a una estancia aséptica y tranquila, donde me saludan los ojos sonrientes de tres ancianas sentadas en cómodos sillones.
Al fondo a la izquierda está el cuarto de Berthita, que me espera con su blanca cabellera, con su sonrisa blanca y sus manos cariñosas.— Me platicó un pajarito en los pasos que anda.—Pues sí, ando tras los pasos de su novio Pedro Infante.— Dios lo oyera. Aunque espérese, en todos mis años ya nada me sorprende. A lo mejor sí fue mi novio y no me acuerdo.— Entonces sí? — Qué lástima que no.
¿Pero sí la besó? — Qué lástima que no.
¿Y lo que se dice por ahí? —Por ahí y por allá. Si gusta le
platico la verdad.— Platíqueme.— Yo vi a Pedrito, un encanto de muchacho, sólo dos veces, cuando vino a cantar al Cine Alcázar y cuando vino a posar para unos posters de Bodegas de Delicias que anunciaban el Brandy Dorado. Al Alcázar vino vestido de traje y cantó canciones de Agustín Lara.
Todavía no cantaba ranchero ni se vestía de charro.
Yo era vecina de los Ares, del ingeniero Juan B Ares y su esposa Sara. El ingeniero trabajaba en Bodegas de Delicias. Un día me dijo que Pedro Infante iba a venir a la planta a posar para unos pósters, que si quería ir.
Claro que le dije que sí, y al rato nos fuimos en su carro. Íbamos Chawa Enríquez, Lolita Pineda, Bertha Espinoza y otras. Cuando llegamos nos dijo el ingeniero que Pedro venía en moto de Chihuahua, a donde había llegado en avión. Al rato entraron varios motociclistas, federales de caminos, y de una moto se bajó Pedro.
Las muchachas corrieron a saludarlo, a tomarlo de brazo. Yo me quedé atrás, porque era la más chica y me daba vergüenza. En eso volteó a verme y con aquella voz preciosa, alzó una mano y me gritó: “Véngase, mi chaparrita”. Yo me acerqué con las piernas temblorosas, casi cayéndome de mis zapatillas. Él me paró enfrente, me puso las manos en los hombros y así me tuvo un ratito, yo casi desmayada. En eso le hablaron para las fotos y las muchachas se le llevaron casi en peso.—¿No la besó, como dicen? — No. Qué hubiera dado yo, pero no hubo beso. En una fotografía que vi en uno de sus libros, ahí estoy yo con él. Nunca lo volví a ver.—Mire, fíjese bien y dígame cuál de los dos que están en esta foto es al que usted vio aquel día.— Déjeme ver, déjeme ver, porque ya se me borra todo. Ah caray, licenciado. Ah caray. Parecen gemelos. Ya había oído decir de un cantante que vivió aquí, pero no lo conocí. ¿Es uno de éstos?— Sí, ¿cuál?— Están muy borrosos. Creo que el de la izquierda es Pedro, pero no estoy muy segura. Son tan parecidos y de aquello hace tantos años.
Me despedí, la dejé con su recuerdo de aquel motociclista y la agregué al bando de quienes ni sí ni no.
Varias de mis fuentes hablaron vagamente de un hijo de Antonio Pedro, que si es o fue fruto de su matrimonio con Santos Ávila Martínez, llevaría los apellidos Huitrón Ávila, pero no pude saber más. En el Registro Civil no hay nada, las personas con esos patronímicos a las que les hablé, igual, nada. Sólo queda esperar que suceda lo inesperado y un día de estos se encuentre usted con alguien parecido a Pedro Infante y a Antonio Pedro. En ese caso avíseme y le seguimos la huella. Si canta igual, mejor. De vivir, andaría por los 70s, así que atento a los compañeros setentones.
Respecto a los descendientes de Pedro, tanto hijos como nietos, cuando les tocan el tema de Antonio Pedro, se enojan, niegan toda veracidad a la leyenda de Delicias. Claro: no les vayan a salir con que tengan que repartir las regalías con algunos parientes desconocidos.
Me faltaron por consultar dos fuentes, Rosendo Navarro, esa enciclopedia oral de Delicias, y Mario Castillo, un locutor y vendedor de publicidad radiofónica, gran fan y conocedor de vida y milagros de Pedro. En su caso, no quise molestarlo porque me dijeron que no está bien de salud y me dio lástima verlo enfermo, aunque recuerdo que en alguna plática me dijo, en alusión a la cuestión, que Pedro sólo hubo uno, el que murió en Mérida, y que era falso que el accidente se hubiera debido a que la nave trajera contrabando, como se ha especulado.— Le sobraba todo, dinero, lujos, mujeres como Sarita Montiel y muchas más, para que anduviera en la fayuca. Además,¿ qué podría fayuquear de Mérida a México, que era la bitácora del vuelo trágico? Lo único que le faltaba era cabello: en varias de sus películas, como en Escuela de Vagabundos, salía con bisoñé. En esa película se llama Alberto Medina, porque en Parral tenía un amigo, Alberto Medina Hinojos, y quiso inmortalizar su nombre. Eso y la película El Norteño, donde dice que es de Chihuahua, es lo más cerca que estuvo de aquí.visita delicis, chih juarez y parral Al evocar lo dicho por Mario, caí en la cuenta que coincide con don Gaby Vázquez: Pedro estaba pelón y Antonio Pedro no. Inclusive, en su última entrevista radiofónica, realizada en Los Ángeles, California, comenta que Miguel Aceves Mejía, el jilguero de la cordillera de Meoqui, le decía así, Pelón.
Respecto a Rosendo, se me hizo ojo de hormiga, pero como en el caso de Mario, conocía su opinión: niega que Pedrito duerma su sueño eterno en nuestro Panteón Municipal. Hoy, porque, si no mal recuerdo, antes era del bando de los del sí, lo que dada su sapiencia sobre asuntos varios, me deja
dubitativo, así que, a riesgo de que me replique, se queda al lado de los dubitativos. Finalmente, si ejerce su derecho constitucional de réplica, más a mí favor: continuará la controversia que me ha ocupado tantas páginas.
Esperé hasta la fecha límite que me dio la imprenta para entregar el trabajo, llamé y llamé al cel de Carlos Pineda, el inquilino de la casa de la Colonia del Empleado donde vivieron durante 18 años Antonio Pedro y Gloria
Anchondo, para que me compartiera el contacto telefónico de ella, más fue vana espera: siempre me mandó a buzón. Lo único que logré la única vez que me contestó, fue que sólo a través de él, como representante que era, podía comunicarme con su rentera. La fecha fatal llegó y usted y yo, prendidos de esta historia, tendremos que conformarnos con saber que la señora, si vive, está en la Colonia Portales de la CDMX, dueña y señora de un misterio. El marcador favoreció ampliamente a los que están por el sí, incluidos numerosos portales digitales que, muy a la mexicana, han hecho del dossier Pedro Infante Cruz/ Antonio Pedro Huitrón Borjón, una industria, igual muy a la mexicana. Entonces, si el próximo Día de Finados quiere usted llevar flores a la tumba más célebre del Panteón Municipal de Delicias y rezar un Padre Nuestro por el alma de quien ahí reposa, hágalo de palabra y corazón. Al fin y al cabo, trátese de quien se trate, un Padre Nuestro sincero, cualquiera lo agradece.
Finalizo con algo poco usual en el género del periodismo de investigación: dejo la conclusión de lo investigado al criterio del receptor, respetando la atávica costumbre de los mexicanos de crear mundos alternos a través de las leyendas para tener de qué platicar en las sobremesas y en qué soñar en los duerme vela de las madrugadas.